Para el 2 de marzo ya había comprado todos los boletos, pero aún tenía pendiente reservar los alojamientos. Un día antes, un amigo ecuatoriano me había hablado sobre su experiencia con couchsurfing, la página web donde personas te ofrecen gratuitamente un sofá para que te quedes en su casa y así ayudarte a la vez que comparten con viajeros de otras nacionalidades.
Durante unos días estuve viendo perfiles. El 7 de marzo comencé a enviar solicitudes. Recibí muchas negativas y algunos “tal vez” porque, además de que no tenía referencias, para esas fechas muchos ya tenía invitados o saldrían de la ciudad.En cuanto pude, revisé el perfil y las referencias que tenía Arturo. Casi todos sus invitados hablaban maravillas del señor que tan gentilmente había puesto su casa a nuestra disposición. Durante esa misma semana, más usuarios del portal me habían contactado para enseñarme la ciudad, invitarme a comer o dejarme que me quedara en sus casas.
El 20 de marzo, Pat de Florencia me dijo que estaría encantado de recibirnos y Fede, que aunque no podía tener invitados en su casa, el día 22 me escribió para decirme que podía ser nuestro guía por unas horas.
A pocos días de que iniciara mi ruta, estaba my contenta con la idea de que esta vez mi viaje sería distinto. Después de que ya tenía donde quedarme en Italia, me aventuré a buscar a alguien que quisiera recibirme en Ginebra, donde cualquier lugar para dormir te pueda costar lo mismo que todos los pasajes juntos.
Faltaban solo seis días para que partiera desde Madrid a Italia y aún no había conseguido a nadie que pudiera recibirme en el centro mundial de la diplomacia, cuando de repente el 24 de marzo Serhat me escribió. “Estaría feliz de acogerte, somos un grupo de couchsurfers, si te interesa escríbeme por WhatsApp. El mensaje parecía un poco frío y cortante, pero venía de un muy buen tipo.
Era increíble, había conseguido un lugar para que mi amiga y yo nos quedáramos en cada una de las ciudades donde íbamos a dormir: Roma, Florencia y Ginebra.
No todo podía ser perfecto
Un día antes del viaje a las 23:00 horas, Pat me escribió para decirme que de los cuatro días que estaríamos en Florencia solo podíamos quedarnos con él la primera noche. Les respondí que no se preocupara y que de todas maneras le agradecía su atención.
Me apresuré a buscar un lugar donde pudiéramos quedarnos. Entré a airbnb, donde te encuentras personas que te alquilan una habitación en su casa. Tuve suerte, una señora acababa de publicar tres anuncios en la página web. Su apartamento estaba bien ubicado y para ser una reserva de último minuto, el precio era razonable.
Serhat también me había comunicado que a mitad de nuestra estancia, se mudaría de piso, que no era problema, pero que quería que lo supiéramos. Por lo que al final decidimos quedamos en la casa de un amigo de mi compañera de viaje.
Comenzó la aventura
Llegó el lunes 30 de marzo, muy emocionadas estábamos con nuestras maletas en Roma donde nuestro anfitrión Arturo nos esperaba. A las 20:00 horas nos recibió con una auténtica cena italiana. Pasta a la carbonara con panceta, pan recién horneado, queso fresco y una deliciosa copa de vino blanco.
Mi primera experiencia con couchsurfing había empezado muy bien. Arturo nos entregó las llaves de su casa y después de cenar y darnos un baño, salimos a media noche con nuestro anfitrión a recorrer Roma sin el bullicio y los aglomeramientos del día. Pasadas las 2:00 de la madrugada no sentamos a tomar algo frente al Panteón de Agripa, una edificación con más de 2000 años de historia.
A las 4:00 horas estábamos en la casa, listas para dormir en el cómodo sofá cama que Arturo tiene en la sala. Su apartamento con un amplio salón, una cocina, dos habitaciones, dos baños y una terraza, estaba cuidadosamente decorado.
Arturo trabaja durante el día y las noches nos las dedicaba a nosotras. No nos sentíamos especiales, porque eso era algo que él hace con todos sus invitados. El 1 de abril era tiempo de marcharnos y tomar nuestro tren hacia Venecia. Nos despidió con una cena y nos llevó en su coche hasta la estación de metro, diciéndonos que cuando él fuera a Santo Domingo nos llamaría.
Nos pasamos el 2 de abril en Venecia y llegamos en la noche a Florencia. Allí compartimos la habitación con Kingha, una polaca que estaba viviendo Valencia y que llevaba unos 3 años haciendo couchsurfing. Nos contó que generalmente recibía a gente “muy guay” en su casa en Polonia, y que dos días antes se había quedado con un couchsurfer en Pisa. Nos confesó que estaba un poco asustada porque era la primera vez que viajaba sola, pero que su anfitrión fue muy respetuoso y divertido.
A Fede no lo pude ver, el 4 de abril me llamó en varias ocasiones, pero mi teléfono estaba en modo vuelo, y las pocas veces que lograba conectarme con Wi-Fi, él no estaba online, así que no pude tener mi guía personal para descubrir la artística ciudad de la Toscana.
El 5 de abril nos fuimos de Florencia y llegamos al Aeropuerto Internacional de Ginebra. Julio y su esposa nos trataron como princesas y nos organizaron un especie de itinerario para que conociéramos la ciudad, con lo cual no quedaba mucho tiempo para reunirnos con Sertha y sus amigos.
El 7 de abril ya teníamos que regresar a Madrid. Nos quedaban unas horas en la ciudad y le escribí a Sertha, un apasionado de la física que constantemente había insistido para que fuéramos a su lugar de trabajo para ver la Organización Europea para la Investigación Nuclear, conocida como CERN.
Quedamos en que nos encontraríamos ahí y que él nos llevaría al aeropuerto, pero la tecnología nos jugó una mala pasada, él no recibió mis mensajes posteriores ni yo los de él por lo que no nos pudimos ver.
Hacer couchsurfing es una buena opción para ayudar a viajeros con bajo presupuesto y conocer la mentalidad y cultura de personas de distintas partes del mundo. Basta con leer cuidadosamente los perfiles y referencias y en mi caso, coordinar con antelación los encuentros. Tiene una red de unos 10.000.000 de viajeros en más de 200.000 ciudades alrededor del globo terráqueo.